Sintió su corazón palpitarle intensamente en el pecho. Qué extra˜no que su temor por la muerte le hiciera más fuerte, manteniéndole valientemente con vida. Pero todo acabar´ıa, y pronto. Los latidos de su corazón estaban contados. ¿Cuántas veces podr´ıa palpitar aún, mientras se levantaba y caminaba a traves del castillo por última vez, sal´ıa a los campos y entraba en el bosque?
El terror le envolvió mientras estaba tendido, en el suelo, con los tambores funerarios retumbando en su interior. ¿Ser´ıa doloroso morir? En todas esas ocasiones en que hab´ıa pensado que estaba a punto de suceder y escapó, no hab´ıa realmente pensado en el hecho en s´ı. Su voluntad de vivir hab´ıa sido siempre mucho mayor que su miedo a morir. Y a pesar de todo no se le pasó por la cabeza la idea de huir, de escaparse de Voldemort. Se hab´ıa acabado, lo sab´ıa, y no quedaba nada más que ese hecho: morirse.
¡Ojalá hubiera muerto en aquella noche de verano en que dejó el número cuatro de Privet Drive por última vez, cuando la varita hecha con la pluma del noble fénix le hab´ıa salvado! ¡Ojalá hubiera muerto como Hedwig, tan rápido que no se habr´ıa enterado de qué hab´ıa ocurrido! Ojalá se hubiera lanzado delante de una varita para salvar a alguien a quien amaba... En ese momento envidiaba incluso la muerte de sus padres. Este paseo, a sangre fr´ıa, hasta su propia destrucción, requirir´ıa un tipo distinto de valor. Sintió cómo sus dedos temblaban ligeramente, e hizo un esfuerzo para controlarlos, aunque nadie pod´ıa verle; los retratos de las paredes estaban vac´ıos.
Despacio, muy despacio, se sentó, y cuando lo hizo se sintió más vivo y más consciente de su propio cuerpo viviente que nunca antes. ¿Por qué no hab´ıa jamás apreciado el milagro que era, cerebro y nervios y corazón latiendo? Todo desaparecer´ıa... o al menos, él no estar´ıa en ellos. Comenzó a respirar lenta y profundamente, con la boca y garganta completamente secas... igual que sus ojos.
La traición de Dumbledore no significaba casi nada. Por supuesto que hab´ıa existido un plan mayor: simplemente Harry hab´ıa sido demasiado tonto como para verlo, como comprend´ıa ahora. Nunca hab´ıa cuestionado su propia asunción de que Dumbledore le 387
CAPÍTULO 34. EL BOSQUE DE NUEVO
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quer´ıa vivo. Ahora simplemente ve´ıa que la duración de su vida depend´ıa de cuánto se tardara en eliminar todos los Horrorcruxes. Dumbledore le hab´ıa pasado la tarea de destruirlos, y obedientemente hab´ıa continuado cortando los lazos que ataban a Voldemort a la vida, ¡pero también a él! Qué acertado, qué elegante, no desperdiciar más vidas, sino asignar esa peligrosa misión al chico que ya hab´ıa sido destinado al matadero, y cuya muerte no ser´ıa una calamidad, sino otro revés para Voldemort.
Y Dumbledore hab´ıa sabido que Harry no se echar´ıa atrás, que continuar´ıa hasta el final, incluso aunque eso supusiera su fin, pues se hab´ıa molestado en conocerle bien, ¿no?
Dumbledore sab´ıa, igual que Voldemort, que Harry no dejar´ıa que nadie más muriera en su lugar ahora que hab´ıa descubierto que estaba en sus manos detenerle. Las imágenes de Fred, Lupin y Tonks tendidos, muertos en el Gran Salón, se abrieron paso en su mente, y durante un momento apenas pudo respirar. La Muerte se sent´ıa impaciente...
Pero Dumbledore le hab´ıa sobreestimado. Hab´ıa fallado: la serpiente sobrevivió. Un horrorcrux continuar´ıa atando a Voldemort a la tierra, incluso después de de que mataran a Harry. Aunque ciertamente facilitar´ıa la tarea a otra persona. Se preguntaba quién lo har´ıa... Ron y Hermione sabr´ıan lo que deb´ıa hacerse, por supuesto... Esa fue seguramente la razón de que Dumbledore quisiera que confiara en alguien más... para que si alcanzaba su destino demasiado pronto, alguien pudiera continuar...
Como la lluvia en una fr´ıa ventana, estos pensamientos repiqueteaban contra la dura superficie de la irrefutable verdad: que él deb´ıa morir. Debo morir. Debe terminar.
Ron y Hermione parec´ıan estar muy lejos, en un pa´ıs muy lejano; sent´ıa como si se hubiera separado de ellos mucho tiempo atrás. No habr´ıa adioses ni explicaciones, eso s´ı lo ten´ıa claro. Este era un viaje que no podr´ıan hacer juntos, y los intentos que har´ıan de detenerle desperdiciar´ıan un tiempo valioso. Miró al reloj chapado en oro que hab´ıa recibido en su decimoséptimo cumplea˜nos. Hab´ıa pasado casi la mitad de la hora que le hab´ıa concedido Voldemort para rendirse.
Se puso de pie. Su corazón lat´ıa contra sus costillas como un pájaro frenético. Quizá sab´ıa que le quedaba poco, quizá estaba decidido a latir el equivalente a una vida antes del final.
No miró atrás mientras cerraba la puerta de la oficina.